La Iglesia no es como un crucero, más bien como un buque de guerra.

Nunca he estado en un crucero, ni creo que lo vaya estar alguna vez en mi vida, pero en los 80s televisaban una serie que se llamó “El Crucero del Amor”, mis padres eran parte de la fiel audiencia, así que una idea de ello tengo en mente.

En un crucero de estos, de lujo y de esparcimiento, todo está enfocado en complacer al viajero. Éste compra o “gana” el derecho para poder estar abordo y disfrutar del servicio y la buena atención que le fue ofrecida. Te subes al barco para disfrutar la vida. Hay un equipo o tripulación que se encarga de satisfacer tus más mínimos deseos. Este grupo de gente está entrenada para cuidar de todas tus necesidades y atenderte “como tú te lo mereces o como hayas pagado”, de hecho hay diferentes categorías de pasajeros, desde primera clase hasta tercera. En un crucero de lujo tú puedes reclamar sino recibes la atención por la que estás pagando, y tienes todo el derecho de hacerlo y ser atendido. No tienes que trabajar, otros hacen las tareas serviles por ti. Sólo debes preocuparte por dormir, comer y disfrutar del paseo y todos los “entretenimientos” abordo, mientras llegas al destino final.

Tampoco he estado en una nave militar, pero por las referencias puedo decirte que, contrario a lo que sucede en el crucero, en un buque de guerra te alistas voluntariamente o eres reclutado para abordar uno de estos. Subes a uno de ellos a trabajar, y trabajar duramente. Nadie se preocupará si estás bien atendido, si te estás divirtiendo o si dormiste lo suficiente. Estás sujeto a una disciplina para servir. Nadie está abordo de un buque de guerra por placer. Debes seguir órdenes y cumplirlas (algo que a muchos de nosotros no nos gusta), debes atender protocolos e instrucciones precisas de las operaciones. No hay un equipo especializado en servirte, eres parte del equipo. Todos en un buque están por una causa común representada por la bandera que portan. En caso de conflicto eres enviado a la batalla y no a huir de ella. Corres el riesgo de salir herido o de caer en la guerra, pero tienes asegurada una medalla si esto llega a suceder. En un buque todos son uno, cada uno es responsable por la seguridad de su compañero, no hay clases sociales, solo rangos que distinguen el nivel de responsabilidad y compromiso de los tripulantes. Un buque de guerra es para ir a la guerra, no van de paseo, están en constante entrenamiento y ejercitándose, porque nunca saben cuando serán llamados. Todos están dispuestos a morir por la causa, por la bandera que defienden.

Sirva esta comparación para desafiarnos a vivir dispuestos a sacrificar nuestro “placer” por la causa de Jesucristo. La Iglesia no es un crucero de placer, aunque a veces así pareciera, más bien debe ser un buque de guerra con soldados dispuestos a dar su vida por enarbolar la bandera del Evangelio en aquellos lugares donde el “usurpador” de las tinieblas a invadido.


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